La Montaña Alavesa se caracteriza por haber sido cobijo privilegiado de los últimos cazadores recolectores de la península ibérica. Un lugar destacado es el refugio de Atxoste, descrito por los arqueólogos como un yacimiento de “estratigrafía modélica”. Se halla en Vírgala Mayor, en un promontorio sobre el río Ega, en el último tramo del puerto de Azázeta, poco antes de la curva que enfila la recta de Maeztu. Alfonso Alday, arqueólogo encargado de su excavación, lo ha valorado como un yacimiento de singular riqueza por la abundancia y variedad de materiales que aporta para el conocimiento del hábitat y forma de vida de sus pobladores a lo largo de un extenso periodo que abarca diez milenios, desde final de la Edad de Piedra hasta el Neolítico. Además de Atxoste, son asimismo extraordinarios en nuestra zona los yacimientos de Kanpanoste y Kanpanoste Goikoa, muy cercanos al anterior, así como Mendandia, en el desfiladero del río Ayuda entre Okina y Sáseta. Otros abrigos que completan este singular panorama son Montico Txarratu (Albaina), La Peña (Marañón) y Martinarri (Obekuri). 

Promontorio de Atxoste, sobre el río Ega-Berrón. Foto de Javier Suso

Secuencia estratigráfica de Atxoste, fuente Alfonso Alday

Equipo de excavación de Atxoste. Fuente Alfonso Alday

La distribución geográfica de estos lugares en zonas periféricas del norte de la península no es casual. Se caracterizan por buscar cobijos cercanos a cursos de agua permanentes (como son en nuestro caso los ríos Ega, Ayuda y sus afluentes); así como por hallarse próximos a espacios ecológicos fronterizos, que disfrutan de una amplia diversidad faunística, abarcando tanto parajes de montaña o roquedo, como de valle o vereda. Estos espacios serán aprovechados en función del ciclo estacional de la especie más propicio para la captura. Nuestros enclaves de la Montaña Alavesa y Treviño se hallan entre los mejor conocidos de la cuenca alta del río Ebro, que durante este periodo fue territorio de habitación preferente de los grupos nómadas de cazadores recolectores que controlaban el norte peninsular.

 

Figura 1. Distribución de los yacimientos con industrias «macrolíticas» anteriores al 8500 BP en el cuadrante nororiental de la península ibérica. La industria macrolítica es representativa del comienzo del Mesolítico.

Figura 2. Distribución de los yacimientos con industrias «macrolíticas» posteriores al 8500 BP en el cuadrante nororiental de la península ibérica

Figura 3. Agrupaciones de los yacimientos según sus secuencias estratigráficas.En los grupos 1 y 2, inmediatamente antes de la ocupación macrolítica se advierte siempre un abandono del lugar.

Fuente: Alfonso Alday

El protagonismo de Atxoste, así como del conjunto de abrigos que hemos mencionado, arranca con el final de la última glaciación de Würm, que colapsó repentinamente hace unos 12000 años. Con él termina el Paleolítico Superior y se inicia el Mesolítico. Es un largo periodo de tránsito de la vida en las cavernas hacia la progresiva colonización de los espacios exteriores, que culmina con la llegada de la agricultura y la revolución del Neolítico hace unos 5000 años.

Fragmento de asta de ciervo utilizado como pico en la minería del Paleolítico Superior (Fotografía: Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana)

Sierra de Araico (Treviño), cantera ancestral de sílex

El arqueólogo local Deogracias Estavillo descubrió en la sierra de Araico, en el occidente de Treviño, canteras de extracción de sílex cuyas capas más antiguas se han datado en los últimos episodios del Paleolítico Superior. La cronología coincide con la primera ocupación de algunos de los abrigos mencionados (Atxoste, Martinarri). En estudios posteriores, se ha constatado que el sílex de Treviño abasteció a un extenso territorio en la cornisa cantábrica, que abarca desde Asturias, Cantabria (incluyendo la propia cueva de Altamira), el País Vasco y Navarra, hasta la Dordoña, en la Aquitania francesa. La amplitud del comercio de este preciado material da idea de la movilidad de los grupos humanos que comerciaban con él. Se trata de un material muy cotizado por su particular dureza que permitía la fabricación de todo tipo de instrumentos: puntas de flecha para la caza, cuchillos para manipular los alimentos, raspadores para separar las pieles y confeccionar ropa, hachuelas para tallar la madera, etc. Debemos recordar que en esta última etapa del Paleolítico Superior, tiene lugar la cultura Magdaleniense, responsable del desarrollo del arte rupestre paleolítico, cuyos exponentes más conocidos están cerca de nuestra zona. Son las pinturas de Altamira (Cantabria), de Santimamiñe y Ekain (País Vasco), o de Lascaux en la Dordoña francesa, todos ellas datadas entre 17000 y 14000 años AP.

Con el fin de la glaciación, el nivel del mar asciende, los hielos se retraen y los bosques se expanden, favoreciendo la proliferación de familias vegetales y animales más variadas y diversas, propias de latitudes más templadas. Frente a ellas, las especies de clima frío, como el rinoceronte lanudo o el mamut, se extinguen; y otras, como el reno, emigran hacia zonas más norteñas. En el occidente de Europa el ser humano sale de sus refugios cavernarios junto a la costa franco-cantábrica y se lanza a la conquista del continente, que disfruta ahora de un clima mucho más propicio para la vida al aire libre. Con la llegada del Mesolítico, las viviendas y los poblados exteriores empiezan a sustituir a las cuevas. Se eligen abrigos al amparo de rocas calcáreas que, como los de Montaña Alavesa y Treviño, permiten el control de espacios de alto valor cinegético. Se practica la caza de fauna muy variada: bóvidos, ciervos, corzos, que son las especies más apreciadas. También se cazan uros, cabras, sarrios o jabalís; con preferencia sobre mustélidos, zorros, linces o lobos. La importancia de la caza está mucho mejor documentada que la de los alimentos vegetales, aunque la masa forestal está en pleno apogeo y favorecía la recolección de una amplia gama de frutos, avellanas, piñones y todo tipo de bayas. Se desarrolla la tecnología microlítica, con la que se fabrican todo tipo de herramientas de sílex altamente especializadas. Los pobladores de los valles del Ega y del Ayuda usan de forma preferente el extraído en Araico, aunque también se encuentra materiales silíceos de otras canteras treviñesas (Moraza, Cucho, etc.).

Dibujo de la fauna de Ignacio Barandiarán

Asentamientos como el de Atxoste son ocupados de manera estacional por grupos no muy numerosos que practican el nomadismo recurrente. Durante la época estival compiten por abrigos de zonas aledañas en Treviño, Montaña Alavesa, Encía o Urbasa. Pero es probable que sus traslados alcancen la práctica totalidad de la cuenca del Ebro según corresponda a la épocas del año. La red comercial del sílex es extensible a otro tipo de productos, como  denotan las conchas halladas en el nivel inferior de Kanpanoste, de tipo nassa reticulata perforadas, utilizadas con fines ornamentales, que procedían del Cantábrico. En épocas posteriores se generalizarán las collumbella mediterráneas, confirmando los intercambios comerciales con la costa  levantina.

Se han hallado 18 conchas marinas de Nassa reticulata perforadas en el nivel inferior de Kanpanoste

Secuencia cronológica del utillaje extraído en Atxoste. Fotografía de Alfonso Alday

A partir del utillaje extraído en Atxoste, Alfonso Alday ha establecido varias etapas culturales. La primera denota el proceso de microlitización (reducción de tamaño) de la industria sobre sílex típico del comienzo del Mesolítico. Esta etapa es interrumpida por una segunda etapa de decadencia, en la que se fabrican instrumentos más toscos. Le sigue una etapa de fabricación de utensilios geométricos con formas trapezoidales y triangulares. Por último, con la irrupción de la cerámica, podemos vislumbrar la revolución neolítica con la introducción de la agricultura.  

En el conjunto de yacimientos mesolíticos de la cuenca del Ebro, Atxoste y  Mendandia destacan por ser los únicos, junto con Peña Biel (Cinco Villas, Zaragoza) y Forcas (Ribagorza, Huesca) en los que están presentes los tres complejos industriales mesolíticos principales: primera microlítica laminar; segunda de muescas y denticulados; y tercera geométrica.

Una breve nota final sobre los topónimos. Pese a su inequívoca naturaleza euskaldun, podemos estar seguros de que en tiempos mesolíticos estos lugares no se conocían con el nombre que tienen actualmente. Martinarri se forma a partir del hagiónimo San Martín de Tours, culto introducido en el siglo V. Por su parte tanto Atxoste como Kanpanoste contienen elementos latinos (< lat. capanna ‘cabaña’, < osteum ‘postigo lateral’, este segundo exclusivo del área occidental) y otros rasgos característicos del euskera alavés (atx < aitz), cuyo desarrollo se ubica en el área de Alegría-Dulantzi entre los siglos VI-X. Por todo ello podemos estar seguros de que se trata de topónimos cuya antigüedad apenas rebasa el milenio. 

Mapa de yacimientos mesolíticos de la península ibérica: 1: Veiga do Mouin; 2: La Peñica; 3: Uña; 4: Espertín; 5: El Palomar; 6: La Dehesa; 7: Níspero; 8: Berniollo; 9: Fuente Hoz; 10: Socuevas; 11: Montico de Charratu; 12: Mendandia; 13: Kanpanoste; 14: Kanpanoste Goikoa; 15: Atxoste; 16: La Peña; 17: Legintxiki; 18: Abauntz; 19: Aizpea; 20: Zatoya; 21: Padre Areso; 22: Chaves; 23: Forcas I; 24: Forcas II; 25: Peña 14; 26: Estebanvela; 27: Vergara; 28: Abrigo del Diablo; 29: Baños de Ariño; 30: Angel; 31: Botiquería; 32: Secans; 33: Pontet; 34: Costalena; 35: Capón; 36: Buendía; 37: Verdelpino; 38: Molino Vadico.